Mis inicios en el supermercado
Muchos coincidirán conmigo en que ir al supermercado es una salida divertida. Cuando era chica, era una de las actividades que más me gustaba. Mi hermano Javier y yo acompañábamos a mi mamá a hacer las compras. Usualmente íbamos al Supermercado España (sobre Av. España casi Brasil).
Hoy sigue ubicado en el mismo sitio, pero en ese entonces era mucho más pequeño. En la entrada tenía unas angostas puertas de vidrio, protegido con unas finas rejas, y lo bordeaban un marco de madera pintada en verde. En ese entonces el auge del vidrio templado -más conocido en nuestro entorno como Blindex- aún no había llegado. Allí siempre estaba un señor en silla de ruedas que era muy servicial: ayudaba con las bolsas, cuidaba los autos, los limpiaba, hacía de todo. Creo que también vendía diarios y revistas, o sólo ayudaba a los que lo hacían.
Nunca sabíamos cuándo mi mamá estaba con la billetera en positivo (o se sentía muy generosa) y la posibilidad de que nos compre alguna cosa siempre estaba ahí. Así que ir al supermercado, además de ser un paseo, podría tener el plus de que lleguemos a la casa con alguna chuchería.
Ese súper tenía una tiendita interna que para mí era un sueño. Vendían peluches, cosméticos, útiles escolares, bijouterie, y lo que más me gustaba: papeles de carta y unas tarjetitas con tiernos dibujitos en tonos pasteles. Todo muy selecto, porque era una tiendita chiquita y coqueta, como todo lo que vendían. Ese sitio era mi perdición. A veces iba y me quedaba ahí dentro todo el tiempo que mi mamá duraba en realizar las compras.
Crecimos los dos
Con los años, ese supermercado creció. Y yo también. Él se hizo más grande, más lindo, más moderno. Y, yo toda una inestable adolescente, dejé de acompañar a mi mamá al supermercado cada vez que ella iba. Sólo lo hacía si por ahí necesitaba realmente alguna cosa –generalmente para el colegio- y aprovechaba su ida para comprármela. A esas alturas ya trabajaba y tenía, aunque no mucho, “mi propio dinero”.
De más grande ya iba al supermercado con mis hermanos, para comprar los elementos de alguna comida especial que se nos ocurría cocinar en casa. Eso de ir a elegir detenidamente los ingredientes era parte de la aventura gourmet. A no olvidar el pan calentito, la Coca y, si alcanzaba el dinero previamente recolectado por todos los comensales, llevábamos para el postre helados Frigor (ahora se llaman Nestlé).
En pareja
Años después, al estar de novia, una de las aventuras que una vive con su pareja es justamente ir al supermercado. Es como un ensayo a la convivencia. Se pueden identificar rápidamente muchos rasgos de la personalidad de cada uno, es una buena situación para conocer a la otra persona. Ves qué tipo de cosas compra el otro, si es tacaño o no, si se fija más en la calidad o en los precios, si se inclina más por los productos naturales o aquellos envasados súper refinados y un montón de otras características más. Hasta el “quién paga” es un factor determinante para la futura relación.
Como mujer de familia
La cosa es que pasaron unos cuantos años más y me casé. Formé un hermoso hogar con mi marido y luego llegaron los hijos. Confieso que en los primeros años de mi matrimonio, ir al supermercado seguía siendo muy divertido. Incluso cuando llegó mi primer hijo. Ibamos los tres. Mi hijo mayor en la sillita del carrito se divertía un montón, y nosotros mientras pesábamos el zapallo para su comida, le tomábamos fotos y las compartíamos instantáneamente con cada tío o abuelo que tenga un smartphone.
Pero luego, poco a poco, todo eso de la aventura de ir al supermercado se fue convirtiendo en una obligación de todas las semanas. Una de esas lindas obligaciones que tiene el mantener una casa, pero obligación en fin, que entraba cada vez más en conflicto con otras actividades que, en definitiva, eran más divertidas.
Recién cuando una se casa, o más precisamente, cuando llegan los hijos, la frase “TENGO que ir al supermercado” empieza a ser aplicada. Y los solteros te miran algo incrédulos. Claro, para ellos ir al supermercado no puede ser una necesidad tan prioritaria, siempre se puede posponer si surge algo más divertido.
Cuando las cosas que tenés que hacer empiezan a robarle tiempo a las cosas que te gustan hacer, tenés un grave problema.
Como ama de casa 2.0
Para mi suerte, cuando ya empezaba a hartarme de ir al supermercado, e incluso la solución de enviar a la empleada doméstica no resultó la mejor, la tecnología hizo lo suyo, y una mente visionaria dijo que sí al primer supermercado online de Paraguay. Desde ese día mi vida cambió completamente. Bueno, para no exagerar, digamos que fue un avance memorable, del cual disfruto con cada clic.
Por eso, en mi siguiente nota estaré contándote cómo me inicié en esto de ir al super online y después hablaremos ya concretamente de todas las ventajas y desventajas que tiene el hecho de ir al supermercado a través de la internet.
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